Diariamente estamos tomando decisiones que tendrán un largo, mediano o corto alcance, es algo que no podemos evitar; estas decisiones están guiadas por quienes somos y por lo que anhelamos alcanzar. Evidentemente todo lo que hagamos tendrá una consecuencia y su impacto depende de las motivaciones que nos lleva a realizar cada cosa, lo cual varía de acuerdo al carácter de la persona y lo que lo identifica.
Usualmente solemos pensar que identidad es un documento físico que señala nuestros rasgos físicos y relevantes (cédula de ciudadanía), la cultura que nos hace parte de alguna comunidad sea religiosa o cultural, o las actividades que realizamos.
La identidad de una persona contempla desde el físico hasta la conciencia, es el hecho concreto de ser alguien. El diccionario de la Real Academia Española define “identidad” como un conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan.
Para quienes hemos creído en el nombre de Dios y a quienes en consecuencia se nos dio el derecho de ser llamados sus hijos y hemos sido apartados para Él; hace referencia a que nuestro comportamiento, nuestras actitudes y acciones no son acordes con las generalidades del mundo, sino que van de acuerdo con los principios cristianos, entendiéndose que la palabra cristiano representa a todos los seguidores de Cristo y como tal gozamos de una identidad por la voluntad de Dios según el propósito al cual hemos sido llamados, teniendo claridad del privilegio que representa el ser hijos de Dios y sabiendo la responsabilidad que implica por el llamado del cual todos hacemos parte y no por el miedo que muchos puedan tener, ya que hemos sido llamados con cuerdas de amor y guiados por temor reverente y agradecimiento, habiendo sido librados de la potestad de las tinieblas y por el efecto que nuestro testimonio pueda obrar en los hermanos en la fe y aún en los que todavía no son creyentes pero que según el plan divino serán acercados.
Dicho esto, todos tenemos una identidad y va más allá de lo que se pueda ver a simple vista o por venir de la línea generacional que hacemos parte. Hace referencia a lo que se encuentra en nuestro interior y que emana de una manera espontánea en el proceso de la vida y especialmente en la interacción con los demás. Nuestro deber es alimentar las buenas prácticas para que nuestro interior sea enriquecido con bondades y no con degeneración espiritual, compartiendo las buenas noticias a nuestro prójimo.
Yasmín Montañez