Hace unos años cuando todavía estaba cursando mis estudios profesionales, tuve dos amigas; una era tranquila, amable y muy dada al servicio de Dios (a ella la llamaremos Rosa), la otra era más alocada, temperamental y de vez en cuando imprudente (a ella la llamaremos Rita). Cada una con su forma de ser, pero a juntas las quise mucho y las trataba con el mismo respeto y confianza.
Llegó el tiempo en que Rita comenzó a mostrar actitudes de celos hacia Rosa, me reclamaba porque pasaba tiempo con ella o porque quería incluirla en mis salidas; cabe aclarar que Rosa era mi compañera de carrera y Rita, aunque la conocía desde hace tiempo, estudiaba en una facultad diferente.
En un principio pensé que no eran más que juegos, pues Rita solía tener un extraño sentido del humor y creí que al final sus celos no eran más que otra de sus bromas u otra forma de generar incomodidad. Pero esto, se estaba volviendo habitual, cada vez que Rosa estaba presente, Rita empezaba a mirarla mal, le hacía comentarios sarcásticos y comentaba las fotos que yo subía con Rosa en Instagram, sin embargo, en mi afán de no generar tensiones, todo lo seguía tomando simplemente como una broma… ¡Pronto me daría cuenta que no era así!
Cierto día, recuerdo que Rita comenzó a reclamarme nuevamente por qué seguía siendo amiga de Rosa, yo con tranquilidad le dije: “me cae bien y me gusta tenerla cerca”, a lo que ella me respondió: “es que no entiendo por qué eres amiga de alguien así, aquella vez que te ofendieron ella no hizo nada y solo se quedó ahí”. Y sí, Rita tenía razón. Tiempo atrás, tuve un serio problema de acoso cibernético y estuvieron involucradas ciertas personas cercanas a Rosa, pero ella decidió no tomar partido y se mantuvo neutral, actuó en favor de no involucrarse y de dar el apoyo e intervención necesarias; en su momento yo no entendí su postura, pero con el tiempo comprendí que esa situación no había sido su culpa, ni tampoco tenía que hacerle reproches por cosas que no eran su responsabilidad. Finalmente, nunca supe quién fue mi acosador/a, entonces decidí perdonar y seguir adelante.
En consecuencia, le contesté a Rita que si fui yo directamente la afectada y había decidido dejar todo atrás y perdonar ¿por qué no hacerlo ella? Además, le pregunté si había algo más que le estuviera generando tal disgusto con Rosa, y que yo creía que ella lo que estaba sintiendo era envidia, porque no era normal que se molestara tanto con alguien que no le había hecho nada, además le dije que dejara de usarme como excusa para ocultarla.
Su respuesta fue: “¿Yo? ¿envidia? Ni que ella fuera la gran cosa, mira nada más el cuerpo tan feo que tiene, no entiendo qué le ven, si ni chiste ni son hace ella… Con esa carita de yo no fui”. Cabe destacar que Rosa, así como era de bella por dentro, lo era por fuera. Ha trabajado en modelaje y en la universidad fue de las más bellas de la facultad. ¡Claro! era de suponer que usualmente eso despertaba la envidia de muchas. Cuando Rita me respondió de esa manera, lo comprendí todo y le pregunté: ¿por qué te expresas tan mal de alguien con quien casi no tratas? ¿Por qué te propones a insultar a una persona que nada ha hecho para que te molestes con ella?
Rita no tenía más que envidia hacia Rosa y su modo de ser con ella era el reflejo de lo que sentía.
No queriendo discutir con ella, le dije lo que alguna vez mi pastor me dijo: “examínate, mira lo que hay en tu corazón y si ves que no hay algo bueno, arrepiéntete, ora a Dios y cambia”.
Ahora te pregunto: ¿Alguna vez has examinado tu corazón? ¿Qué hay en lo profundo que te está apartando de tu propósito en los caminos del Señor?
Es muy fácil decir: “yo no bebo, no fumo, no consumo drogas”, pero qué es lo que guardas en tu corazón y que tal vez ya parece algo normal, ¿acaso eres rencoroso/a? ¿Eres envidioso/a? ¿Sientes odio contra alguien? ¿Le deseas el mal a otro? ¿Te complaces con el sufrimiento ajeno?
El hombre no ve los pecados visibles, pero Dios sí ve esos pecados ocultos. ¡Recuerda! De la abundancia del corazón habla la boca. ¿Qué abunda en tu boca? ¿Qué murmuras desde tu interior?
Examinemos lo que hay en las profundidades de nuestro corazón, hagamos el ejercicio constante e identifiquemos aquello que no es agradable al Señor y que perjudica nuestra vida espiritual y Dios mismo, si somos sinceros, se encargará de ayudarnos a mejorar, a cambiar y dejar atrás estas cosas.
María Margarita Montero