En este siglo, con la experiencia que adquirimos en nuestra sociedad y las relaciones entre nosotros como seres humanos, reflejamos de manera casi automática y continua, una verdadera realidad; nuestras palabras reflejan nuestros pensamientos, por consiguiente, abrimos las puertas de nuestro corazón. En otras palabras; lo que decimos, desnuda nuestro interior.
De forma sencilla podría decir que debemos tener cuidado con lo que decimos, porque nuestras palabras pueden revelar lo que hay dentro impactando a las personas que rodeamos, o más bien asegurémonos de que nuestras palabras sean positivas y reflejen el tipo de persona que somos y que queremos ser ¡Pero!…
¡No! Como mencioné anteriormente, esta sería una manera rápida y fácil de ocultar la realidad dentro de nosotros, detengámonos a pensar por un momento y respondamos estas preguntas:
¿He prestado atención a la manera como hablo?
¿Analizo mis palabras y mis gestos?
¿Qué hay adentro de mí?
¿Qué tengo para transmitir?
En este mundo lleno de apariencias, como sociedad siempre estamos afanados por mostrar la mejor versión de nosotros, aunque sea una versión irreal; confirmo con toda seguridad, que muchos optamos por tomar esa forma rápida de ignorar nuestros problemas interiores, y simplemente sonreímos, somos positivos, tenemos buena vibra ante el mundo y mucha felicidad.
Si estás aquí en este momento leyendo estas líneas, quiero que pienses y medites en lo que escribiré a continuación:
Lo más importante no es demostrar lo que eres, lo más importante no es mostrar la mejor versión de ti, dejemos un momento el afán y la carga excesiva por mostrar la “perfección” de nuestra vida, debemos detenernos un momento y empezar a pensar en sí mismos, en buscar la manera de ayudarnos para rescatar nuestras cualidades, pulirlas, desarrollarlas y brillar de adentro hacia afuera.
Lo más importante es trabajar en ser real desde adentro. Si nuestra preocupación empieza desde el momento donde sabemos que estamos molestos, airados, nos sentimos celosos, sentimos envidia, sentimos que somos superiores, o que tal vez no necesitamos a nadie, entonces reflexionemos y busquemos la raíz de estos males y tratemos con toda nuestra disposición para solucionarlo radicalmente.
Busquemos la raíz del amor que es Jesús, y con todo nuestro ser trabajemos en tratar de ser como Él, siguiendo su ejemplo, amándonos como Él nos ama a todos y desde ese momento, verdaderamente empezaremos a reflejar al mundo su amor, el amor hacia nosotros mismos y el amor hacia los demás.
En este pequeño escrito quiero que tengas en mente, que no vale la pena demostrar algo falso, y tampoco es lo más importante. Lo valioso es ser real, y partiendo de allí, podemos simplemente ser, siendo nosotros mismos, reflejando el amor, la ternura y una vida íntegra y existente, sin preocupaciones de querer solamente agradar a los demás, porque nuestro principal motivo de agrado, será Jesús.
MARTHA A. BARRIOS MIRANDA