EL AMOR

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Mientras medito en el amor, verdaderamente se estremece todo de mí. Hay muchos sentimientos y emociones que puedo sentir, solo pensando en él; y es que el verdadero amor es Dios, el amor es todo, el amor es mi familia, mis mascotas, el mundo que me rodea, las pruebas, las dificultades, todo lo veo como muestras infinitas de amor de un Dios soberano hacia nosotros. Hay muchas “ramas que trepar” para poder hablar del amor; el amor es un árbol inmenso cuya altura no tiene final, ¿puedes imaginar? 

Dios nos enseña su manera de amar a través de muchas situaciones palpables de nuestro día a día, desde que despertamos hasta que volvemos a dormir. Afortunadamente él explicó muy detalladamente su manera de amar, a nosotros sus más preciados tesoros, él nos toma tan enserio que nos ama con amor eterno, todo lo que hace por nosotros es tan bueno, agradable y tan perfecto.  

En lo que puedo contar de mi vida y de las experiencias que he ganado, entiendo sin duda alguna que la única manera de conocer y experimentar el verdadero amor, es cuando conocemos a Dios de una manera honesta y genuina. Cuando él llega a nuestras vidas, automáticamente un manto de amor nos arropa sin dejarnos descubiertos por ningún lado. Al encontrarnos con ese amor tan indescriptible entendemos cuan amados y especiales somos, eso trae como consecuencia que nos empecemos a amar a nosotros mismos, porque notamos que un Dios tan grande y supremo se ha fijado en nosotros, siendo tan pequeños e imperfectos. En efecto, el amor de Dios hace que hallemos nuestra verdadera identidad y que nuestra autoestima se fortalezca provocando un amor genuino.

Hasta el momento notamos que el amor se establece en un orden: primero Dios nos ama, luego nosotros le amamos sobre todo y luego nos amamos a nosotros mismos, pero esta “cadena consecuente” no se detiene allí, el amor de Dios es tan poderoso, que nos enseña a no solo amarnos, si no que nos prepara para amar a las demás personas, a nuestra familia, amigos, e incluso a personas desconocidas. Ese amor tan genuino de Dios empieza a sacar cualidades extraordinarias que nosotros ni siquiera conocíamos.

En mi caso, cuando conocí ese amor tan puro, me enamoré perdidamente y para siempre de él, aprendí amarme y aceptarme, entendí a darme espacios y vivir mis procesos, sin juzgarme, pero siempre teniendo claro y presente que deseaba dar lo mejor de mí para él, así como él ya lo había dado todo por mí. 

A lo largo de mi vida no recibí mucho amor de mis padres, pero el amor que siento es tan grande, que yo empecé a sembrar amor en ellos, y aunque por lo general uno no da de lo que no ha recibido, con certeza puedo decir que de Dios recibí tanto amor que me llenó para dar a muchos más y no por que lo merezcan o no, simplemente por que su amor es suficiente y eterno.

Es muy triste la situación actual de nuestro mundo, especialmente en los matrimonios y noviazgos las personas se rinden fácilmente y desean con tanta hambre ser amados, pero les cuesta tanto amar… 

Estamos en una generación sin compromiso afectivo, totalmente desconocidos del amor y de todo lo que este conlleva.

Es difícil de entender que alguien ama cuando se marcha en medio de circunstancias difíciles, cuando solo piensa en su bienestar e ignora el de su pareja, cuando carece de gozo por los triunfos y logros de él o ella, o cuando se cree superior dentro de su relación. Nuestra actual generación no sabe pagar el precio del amor, no sabe morir a sí mismo, siguen desenfrenadamente sus pasiones y deseos. Esta generación no sabe perdonar. 

Me urge que el mundo conozca a este Dios de amor, para que amemos correctamente y vivamos mejor, teniendo en cuenta que el vivir mejor no nos hace exceptos de atravesar dificultades y entendiendo a su vez, que la dificultad no es mala, solo nos prepara para lo mejor y que de cada proceso obtenemos un aprendizaje significativo y esto nos hace fuertes, además es una gran oportunidad para reafirmar en nosotros la compañía del Espíritu Santo y la eterna bondad de nuestro Dios. 

Martha A. Barrios

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