Ciertamente los hijos son una gran parte nuestra; crecen arraigados a nuestras costumbres y moldeados conforme a nuestra dirección. Ellos son pedacitos de cada uno de nosotros que a medida que van creciendo, van formando su propio carácter alrededor de toda aquella enseñanza que les hemos impartido. Sin embargo, pensar en nuestros hijos nos hace suspirar, nos enamora, divide nuestro corazón para cada uno de ellos y sentimos que con ellos somos uno solo.
Con gratitud recibimos este regalo que son los hijos y para quienes aún no son padres, seguro conocen el rol de hijo y pueden de igual manera entender la dimensión de este amor, pues todos hacemos parte de una familia y habitar al interior de un hogar es una fortuna, ver cada día el rostro de los seres que más amamos y contemplar sus vidas nos llena de pasión y entrega.
A diario nos mantenemos alerta y totalmente atentos para proveerles de tanta felicidad como sea posible y es por eso que en momentos de adversidad, nuestra capacidad se ensancha y nuestra disposición por proteger a nuestros hijos crece, al punto que si se nos pidiera un sacrificio por cada uno de ellos, lo haríamos sin dudar.
Cuando los hijos crecen y salen al mundo, transmiten a la sociedad todo cuanto sus padres depositaron en ellos y la clase de vida y el entorno familiar en el que crecieron, pues los hijos son la cara visible y representación de su familia. El hijo refleja todo aquello que sus padres han sembrado, por ejemplo; sus costumbres, su educación, sus principios, sus creencias, sus hábitos, sus emociones, etc.
Así lo vemos desde tiempos antiguos, cuando en el principio Dios creó los cielos y la tierra y todo cuanto en ellos habita; creó al ser humano a su imagen; hombre y mujer los creó y los bendijo con estas palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla.» Aquí podemos ver que las familias son el diseño original de Dios y el que haya hijos al interior de la familia es un mandato divino, donde se nos permite experimentar el amor profundo, pues siendo hechos a su imagen y semejanza, Dios mismo experimenta este amor de padre por toda la humanidad.
No en vano por amor a todos, envió a Jesús para que hecho hombre y siendo en la tierra la imagen visible del Dios invisible, el primogénito de toda creación, representara en todos sus actos a su padre trayendo la luz al mundo, «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»
Dios mostrándonos su corazón de padre y madre Dios, despojándose de su divinidad y haciendo el mayor de los sacrificios, entregándolo todo por amor a sus hijos. Nuestro corazón a viva imagen del corazón del padre quien hoy nos llama a la esperanza afirmándonos que «para cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos, tendremos ya morada en el cielo.»
Venimos de su reflejo y como buenos padres nos esforzamos por proveer techo, alimento y todo cuanto nuestros hijos necesiten, con brazos abiertos aun cuando ingratos se hayan ido enojados o sin explicación , aquí nos mantenemos atentos a su regreso elevando plegarias al cielo, acudiendo siempre al corazón de padre de nuestro buen Dios; padre bueno que cuida y ama a sus hijos.
¡Dichoso aquél que confía en el Señor!
Por: Dayana Ruíz
Excelente 👌🧳🇨🇴