En la naturaleza encontramos grandes modelos de padres ejemplares; tal es el caso del pingüino emperador, especie con un singular ciclo reproductivo que se repite cada año y en el extremo invierno antártico. Para llevarse a cabo el ciclo, es necesario que viajen entre cincuenta y ciento veinte kilómetros y una vez establecidos en las colonias de crías, la hembra pone un único huevo. A su vez, mientras la hembra está ausente, el macho incuba su huevo por un tiempo aproximado de dos meses, manteniéndolo en equilibrio sobre sus patas y abrigándolo con su piel emplumada, renunciando a alimentarse a sí mismo y soportando temperaturas entre los -20° y -40°C.
Otro ejemplo lo podemos encontrar en el zorro; una especie donde el padre de la cría defiende de todo peligro a su pareja en época de gestación, cuida de ella, le lleva sustento y se asegura de tener un refugio seguro para que dé a luz a su camada.
Una vez nacen los cachorros, el padre se mantiene protector durante la época de lactancia la cual puede prolongarse hasta los 10 meses de edad de los cachorros, velando por la supervivencia de la familia, buscando alimento cada 4-6 horas a fin de que la madre no descuide su cría ni un solo momento. Cuando la camada llega a la adultez, el papá zorro se encarga de enseñarles el arte de la caza y la manera de sobrevivir en su hábitat.
Otra especie muy excepcional es la rana toro, aparentemente fría pero con un gran sentido de paternidad. Luego del cortejo que emprende con la rana hembra y el posterior apareamiento, esta pone sus huevos a quienes el padre protegerá de una manera muy personal, los come dejándolos en su boca, allí permanecen durante todo el ciclo teniendo cabida hasta para seis mil de ellos. Una vez listos para el nacimiento, la rana macho está lista para vomitar sus renacuajos.
Es así como la naturaleza nos demuestra el importante rol de ser papá. No es solo la madre quien tiene la maravillosa facultad de traer vida; es también la tarea laboriosa del buen padre quien protege y provee, es el esfuerzo y el amor paterno que dispone de habitación y alimento para su familia, le ofrece resguardo y todas las condiciones de supervivencia. Es ese Adán hecho del polvo de la tierra, fuerte y empoderado. Es el supremo amor y poder del Padre eterno, que con su diestra nos sostiene y nos guía con su consejo. Quien desde sus altos aposentos riega las montañas para nosotros. Él hace que crezca la hierba para el ganado y hace que de las plantas que cultivamos saquemos de la tierra nuestro alimento. Así es la grandeza de nuestro Padre, quien nos atrajo con cuerdas de amor y no permite que nuestro pie resbale; el mismo aquel que nos custodia y siempre nos protege, no se adormecerá ni dormirá el que nos cuida… Es el plan divino a gran escala que como una estampa, replica su modelo a nuestra medida.
¡Oh SEÑOR, cuán numerosas son tus obras!
DAYANA RUIZ