FELIZ DE VERTE

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Todos en algún momento de nuestra vida hemos escuchado acerca del mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, inmediatamente pensamos en palabras bonitas, regalos, besos, abrazos y otras caricias, también hemos pensado (al menos yo lo hice cuando era niña): “no pienso andar por ahí dando abrazos”. Te pongo en contexto rápidamente, no soy una persona de afectos, no me gustan las caricias y muy rara vez expreso mis sentimientos, pero había llegado un momento en el que me preguntaba cómo una persona como yo podía llegar a expresar un amor fraternal. En mi cabeza el mandamiento del amor al prójimo no dejaba de darme vueltas y me atormentaba porque decía: sí, pero no creo que eso de amar a los demás sea lo mío… He de aclarar que durante muchos años de mi vida tuve una naturaleza odiosa, admito que muy de vez en cuando tengo recaídas. 

Yo era de las personas que pensaba que el amor al prójimo era llenar a la persona de sonrisas, afectos, decir palabras bonitas y más, pero no escudriñaba ni profundizaba en el verdadero significado que conlleva “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, el peso que ello acarrea y el hecho de que ese solo mandamiento engloba muchos otros mandamientos y es que, poniéndole lógica, básicamente es: “yo no te haré a ti lo que no quiero que me hagan a mí. Yo haré contigo lo que quiero que hagan conmigo.” La realidad, es que a nosotros no nos gustan que nos roben, que nos engañen, mucho menos que nos traten mal o nos hagan alguna clase de daño, muchos de nosotros demandamos (y en cierta forma anhelamos) atención, tiempo, cariño, incluso las personas más frías de corazón (como yo), de vez en cuando nos gusta cuando sentimos que somos respetados y valorados. Nos gusta cuando compartimos con nuestros allegados nuestros triunfos, disfrutamos de un consuelo cuando estamos tristes y si continúo la lista sería interminable.

Eso es el amor, es simplemente alegrarme de verte bien, sentirme complacida de ayudarte, sufro cuando tú sufres, busco la manera de que no te afecten mis malas acciones, no te miento, no te robo, te respeto, te valoro… En palabras más, palabras menos, no te hago mal ni tampoco espero recibir algo a cambio, ¡salvo una cosa! La de verte feliz. ¿Pero y qué del amor a mis enemigos? bueno, ese también debe ser un hecho, pero ya nos corresponde tratarlo en otro blog. 

El punto es que comprendí que aunque mis afectos no los demuestro con palabras dulces o caricias, amo a quienes me rodean con actos de bondad hacia ellos (sean cercanos o lejanos) siempre dándoles lo mejor de mí, al darles un trato digno y justo, al brindarles la mano cuando me necesiten, incluso tratándoles con cortesía y respeto, evitando hacerles algún tipo de daño de cualquier índole y proporcionándoles la atención que merecen, tomando sus disgustos como míos y celebrando sus victorias como si fueran mías, corrigiéndoles cuando he de hacerlo (tampoco tenemos que apoyar las malas acciones) con cariño y respeto, buscando enseñar y respetando a toda costa su personalidad, cultura y religión.

Simplemente con mis acciones puedo expresarte: ¡Cuán feliz me hace verte! 

María Margarita Montero

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