Según estudios realizados, hablamos en promedio 16.ooo palabras al día, Susie Dent lexicógrafa y experta en diccionarios, dice que una persona cuenta en su haber con unas 20.000 palabras activas y unas 40.000 pasivas, contrario a las primeras, estas últimas hacen alusión a aquellas palabras que conocemos pero que por lo general no empleamos. Frente a esta cifra, podemos intuir que permanecemos hablando más de lo que creemos. El archivo de palabras es tan amplio, que permite expresarnos de manera clara y precisa, además que esta colección de palabras se convierte en frases con sentido a una velocidad impresionante. En cuanto a las mujeres, el promedio de palabras diario asciende a 25mil. ¿Y qué es todo aquello que hablamos? ¿De qué trata la mayoría de nuestras conversaciones? ¿Por lo general estás hablando de otras personas en las que tu atención está centrada la mayor parte del tiempo? en las actividades que realizan, en cómo se expresan, y ¿en todo aquello que hablan? ¿O tal vez eres de los que le saca todo el provecho a su servicio móvil y dedica la mayor parte del tiempo a su call center personal? Para muchos su diario vivir es intercambiar información de manera locuaz sobre la vida de quienes le rodean, permaneciendo muy atentos para trasmitir un en vivo de las situaciones ajenas, alimentando la necesidad de su oyente de saber más para murmurar aquí y allá. Quizá pertenezcas al grupo de quienes se mantienen solos y en silencio y no ejercitan mucho la palabra, porque prefieren elegir los rincones de los lugares que frecuenta, las esquinas más apartadas y silenciosas. O tal vez seas de aquellos más radicales que optan por enchufarse la mayor parte del tiempo a unos potentes audífonos para aislarse con ritmo. Tanto los unos como los otros se dedican a perder el verdadero valor de lo que significa el habla, pues al gozar de esta capacidad a diario, la damos por hecho, así como algo que es tan natural que parece obligatorio de existir y por supuesto no le damos el valor que merece, pues se nos convirtió en algo tan normal que no tenemos oportunidad de extrañar. Estar frente a quienes no gozan de la facultad del habla, me lleva a valorar lo que suponemos que es tan común, pues existen muchas personas para quienes hablar es una capacidad que jamás alcanzarán durante toda su vida. Qué tal si como tarea nos tomamos unos días para concientizamos acerca de todo eso que hablamos, examinándonos para saber si está siendo realmente edificante, para nosotros mismos y para los demás. Así mismo reflexionemos acerca de esta facultad la cual fue diseñada con mucho propósito, pues en la lengua hay poder de vida y de muerte. ¿Bendices o maldices a diario? Nuestra boca funciona también como un parlante, pues a través de ella anunciamos en voz alta todo aquello que hay en nuestro interior, “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón presenta lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón presenta lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla la boca”, entonces ¿qué emana de tu interior?
Dice la palabra que debemos ser portadores de buenas noticias, que nuestras palabras deben ser amenas y de buen gusto, sazonadas con sal para responder como conviene. Somos llamados a proclamar palabras que contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. También somos llamados a brindar palabras de consuelo, pues son la mejor medicina, pero las palabras insidiosas deprimen el espíritu. Cuando damos una respuesta amable, podemos calmar el enojo, pero al ser agresiva es echar más leña al fuego. La gente chismosa revela todo secreto, pero la gente confiable es muy discreta. La murmuración es una acostumbrada actividad humana que consiste en hablar de alguien sin que la persona en cuestión esté presente, creamos suposiciones y en esto nos desgastamos sin ningún provecho. De qué sirve hablar tanto de otros si al final nada logramos con eso. Bajémonos de la silla del juez y dejemos en libertad a todo aquel que traemos atado en nuestra boca, proclamemos las verdades del evangelio y ocupémonos de lo que realmente se nos ha mandado a hacer. Presentemos a Jesús a tantos que lo necesitan, llevemos consuelo al afligido, levantemos al caído, seamos misericordes con todo aquel que se equivoca y pidamos cada día la intervención del Espíritu Santo en nuestras vidas para ser portadores de esas buenas noticias que tanto el mundo necesita. Recuerda que el que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua. Tampoco guardes silencio absoluto si eres de los que prefiere aislarse, habla pero en la dirección correcta, con sabiduría, pues Jesús lo dijo: “Les aseguro que si ellos se callan, las piedras gritarán.” Tenemos un llamado para el cual fuimos perfectamente dotados. Procura que tu boca rebose de alabanzas al Señor y en todo tiempo se proclame su grandeza. Confiesa con tu boca a Jesús como tu Señor, como tu salvador y cree en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, sé salvo por tu fe y eleva oraciones de gratitud en todo tiempo. DAYANA RUIZ S.