¿Te ha pasado que te miras al espejo con la convicción de mirarte fijamente a los ojos y mientras lo haces, notas que tu expresión es bastante seria? Y antes de retirarte, vienen preguntas a tu mente y cuestionas lo que descubres en el reflejo, sientes que no luces muy agradable ni alegre de manera espontánea, mucho menos te ves cómodo(a) con tu expresión y empiezas a generar una serie de gestos con tu boca, con tus ojos y con la posición de tu cabeza de un lado a otro, moldeas tu cabello en diferentes posiciones para encontrar la forma más apropiada, tratando de lograr que tu apariencia mejore, sin embargo no te conformas y piensas en que tal vez te vendría muy bien un cambio de look, o tal vez tratar con un nuevo color de ojos, o quizá para los más radicales, pensar en mejorar el aspecto de su nariz perfilándola con una irreversible cirugía estética.
Continúas sin convencerte y al cabo de un rato y de contemplar muchas posibilidades, definitivamente concluyes que lo que sucede es como cuando limpias toda tu cocina, pero persiste un mal olor que a la vista no defines, pues ya lo has limpiado todo, has sacado la basura y hecho un aseo tan profundo que no comprendes de dónde sale esporádicamente un mal olor. Pasa el tiempo y este persiste y ¡oh! Sorpresa cuando mueves tu nevera y en un recóndito lugar encuentras un alimento que por accidente llegó ahí y se encuentra descompuesto.
Así funciona también en nosotros, pues nuestra apariencia, refleja todo aquello que abunda en nuestro interior. Dice la palabra que los ojos son el reflejo de nuestro carácter. Así que, tu bondad o tu maldad se refleja en tu mirada. Así mismo dice que el corazón alegre hermosea el rostro, y que un corazón enfermo refleja un semblante triste, entonces…
¿Qué está pasando en tu interior?
¿Acaso hay amargura en tu corazón? Podrías detenerte ahora, no en el espejo, sino hacer una introspección y determinar qué clase de semillas están sembradas en tu interior. ¿Acaso olvidaste alguna que se alojó hace muchos años y lo que produjo fue maleza?
A lo largo de nuestra vida almacenamos odios, albergamos crítica, sembramos prejuicios, acumulamos juzgamientos, compramos peleas y odios ajenos, aborrecemos nuestra propia vida a diario inundados por la queja, entonces el vestirnos de alegría no se resuelve frente al espejo, se resuelve de adentro hacia afuera y toma tiempo.
Este proceso no se equipara con el visitar un quirófano y horas después sales modificado(a) habiendo “resuelto” el problema. Vestirse de alegría demanda mucho más que eso y es empezar por hacer ese aseo general que le hacemos a nuestra casa, pero ahora a nuestro interior, a nuestro pasado, a nuestro presente y a todos esos deseos del futuro y detectar su fundamento.
Pero no es solo pasar la escoba y luego un trapero, se trata de mover también la nevera y alcanzar todos esos lugares más profundos donde la basura ya ha hecho lo suyo y es tan maloliente, que otros pueden percibir oleadas de un hedor descompuesto que proviene de ti.
Vestirse de alegría es para todos, no para unos pocos. No se trata de quién luce mejor la ropa de moda que lleva puesta, ni del collar de perlas finas que atrae las miradas, ni del perfume más costoso que alerta los sentidos. Se trata del olor fragante y la sutileza que encuentro al acercarme a ti y que de manera inexplicable me cuestiona haciéndome sentir que tienes algo que te hace tan diferente y especial.
Es que al verte puedo notar una alegría genuina de la cual no es protagonista la risa a carcajadas, sino que brota como notas musicales alrededor de ti. Es ese resplandor innato que por donde caminas iluminas y se posa brillando sobre ti.
¡Vístete de alegría! haciendo crecer día a día el esplendor del Señor en ti, pues es la única luz que brilla e irradia sin fin.
Que irradie Señor tu faz sobre tu siervo… para que así, todos nosotros, que con el rostro descubierto, reflejemos como en un espejo la Gloria del Señor.
DAYANA RUIZ.
Tremendo este mensaje 🔥📖