Se define “convicción” como una idea profundamente arraigada que rige el pensamiento o la conducta. También podemos equiparar el término a “convencimiento”.
Siendo así, entonces convicción es encontrarnos convencidos de una decisión que promueve hacia el futuro alguna acción. Es decir; que es un componente necesario a la hora de tomar decisiones y muy importante para que esas decisiones permanezcan y tengan un efecto en el tiempo.
Algunas veces he estado con personas que hablan en la mayoría de sus conversaciones si no en todas, de querer hacer muchas cosas, y a lo largo de su dialogo desarrollan ideas de negocio, viajes, métodos de alimentación, que harán esto y aquello y van haciendo planes, sociedades, promesas y un sinnúmero de situaciones que verbalizan a la misma velocidad que su mente va maquinando, sin control ni cuidado alguno por cumplir su palabra, pues solamente usan la facilidad de su expresión para amenizar el momento y rellenar con muchos argumentos todo escenario a fin de evitar los silencios.
Nada distinto hacemos nosotros cuando tomamos decisiones y enlistamos planes de acuerdo a las necesidades del momento. Por ejemplo; cada año nuevo es una muy buena época para los gimnasios, encontramos ofertas por generar el pago del año por adelantado, pues ellos saben de sobra que para esta temporada la emoción de un nuevo año, lleva a cantidad de personas a querer cambiar su apariencia, esperando hacerlo mucho mejor que el año anterior y lograr por fin su cuerpo esbelto.
Sin embargo, no tarda mucho tiempo en notarse la evidencia, dentro de pocas semanas la baja se va haciendo cada vez más notoria, es entonces que vemos que de ese gran numero que empezaron, solo un muy bajo porcentaje de suscriptores logra mantenerse.
¿Pero qué es lo que ocurre? En consecuencia, la decisión fue tomada por emoción e impulso, olvidando de plano el componente más importante que nos lleva a una pertinente planeación y es la convicción.
A consecuencia de esto se derivan otros factores, y es que nos convertimos en personas inconstantes, variables, inestables y sin objetivos claros, por lo tanto, alcanzar las metas se nos vuelve simplemente un paisaje y luego perdemos la esencia de lo importante y el sentido de fijar metas reales. Pero todo hace parte del impulso por el que tomamos las decisiones, en cambio si las planeamos, tendremos un tiempo de preparación, donde fijamos como primer recurso la convicción de lo que haremos, y es tan valiosa que juega el papel definitivo de centrar nuestra capacidad y enfoque en el propósito a lo largo del camino.
No podemos comenzar nada sin calcular antes el costo, ¿quién comenzaría a construir un edificio sin primero calcular el costo para ver si hay suficiente dinero para terminarlo? De no ser así, tal vez terminaríamos solamente los cimientos antes de quedarnos sin dinero y muchos dirán: “¡Ahí está el que comenzó un edificio y no pudo terminarlo!”
Es por eso entonces que muchos de los proyectos que a lo largo de nuestra vida nos trazamos, no alcanzan la etapa de maduración y esto nos genera muchas pérdidas, pues concebimos los planes y gestamos sus ideales, pero no logramos alcanzarlos y queda entonces otro plan fallido, habiendo tenido una pérdida de recursos y de tiempo incalculable que aumenta en nosotros la frustración.
La vida no para y no espera y de tantos intentos sin fundamento ni convicción, no habremos hecho más que una pila de planes fracasados que nos retrasa el éxito.
Debemos tomar cada decisión con responsabilidad y certeza, con convicción de que es eso lo que realmente necesitamos hacer, perseverando en el tiempo, con esfuerzo, disciplina y resistencia hasta alcanzar los objetivos propuestos, reconozcámonos cuan bien lo hacemos y fijémonos metas cortas, alcanzables y medibles a lo largo del camino, premiémonos por cada pequeño logro que alcancemos motivándonos hasta llegar a la gran meta que nos dará la victoria y con ella la satisfacción del deber cumplido.
DAYANA RUIZ S.