Con frecuencia estamos atentos a historias de vida que escuchamos al rededor, unas con un final feliz, otras con desenlaces desafortunados, pero siempre atentos a reaccionar de acuerdo al final de cada testimonio.
Esto me lleva a pensar en mi propia historia y te invito a repasar la tuya.
La naturaleza humana nos juega malas pasadas, frecuentemente estamos centrando nuestra atención en ella, en nuestras propias necesidades físicas y en las de otros, entonces estamos perdiendo gran parte del verdadero sentido de la vida, de quienes somos y para qué vinimos.
Muy seguramente has escuchado decir que somos seres tripartitos, es decir; que estamos compuestos por cuerpo, alma y espíritu y ¿qué tan cierto es?
Pues podría asegurarte que es totalmente cierto. Basta con mirarnos para reconocer nuestra materia física. Así mismo, para reconocer el alma, basta con tan solo pensar, sentir y reaccionar, para determinar que nuestra alma contiene a nuestra mente, nuestra voluntad y nuestras emociones.
Y por último, el espíritu; el más olvidado, al que poco vamos, el que poco alimentamos y al que menos sensibles somos.
¿Sabías que el Espíritu es el soplo de vida de Dios sobre nosotros? es decir; que cuando Dios nos entretejió dentro del vientre de nuestra madre, sopló sobre cada uno de nosotros para darnos vida. ¡Fascinante!
Ese soplo entonces no nos pertenece, nuestra vida entonces tiene dueño y ese aliento de vida regresa a Él una vez somos llamados a su presencia.
En ese instante cuando daremos nuestro último respiro y seamos llamados a abandonar la tierra, nuestro cuerpo como un empaque quedará vacío.
Si todo esto lo entendiéramos antes de todo tiempo, evitaría que rindiéramos tanto culto a nuestro cuerpo y a lo que habita en el mundo que es temporal y pasajero y más bien nos dedicaríamos a alimentar más nuestro espíritu para que nuestra alma entendiera la eternidad, así muy seguramente seriamos más los escogidos para habitar en el reino de los cielos.
Quisiera conocerte no solo aquí, en la tierra. Quisiera verte allá en el cielo. Cuando llegue el día, quisiera poder decirte: “¡Hasta pronto! nos vemos en el cielo” y poder hallarte allí en algún tiempo. Quisiera contarte como una estrella más que ilumina el firmamento y llevas luz a todo sitio y das sabor a lo insípido de la vida. Quisiera saber que abriste las puertas de tu corazón y decidiste recibir a Jesús como tu Señor y tu salvador y que recibes su perdón por la multitud de pecados cometidos. Quisiera bendecirte y pedir al Señor nuestro Dios, que su gracia vaya contigo a todas partes y su bendición se extienda sobre ti y tu familia de generación en generación y todos puedan cumplir el llamado de ir hasta los lugares más recónditos de la tierra, llevando las buenas y nuevas noticias de que hay vida eterna y es gracias a que tenemos un salvador llamado Jesús, hijo de Dios y que por su sangre derramada en la cruz, nos gozamos por tener el ticket que nos permite la entrada al cielo.
Allí vestiremos túnicas muy relucientes, porque han sido lavadas y blanqueadas en la sangre del cordero y no nos abatirá el sol ni ningún calor abrasador, estaremos todos juntos delante del trono de Dios, y día y noche serviremos en su templo; y el que está sentado en el trono, nos dará refugio en su santuario y ya no habrá llanto ni dolor y nos será enjugada toda lagrima de nuestros ojos.
¡Nos vemos en el cielo!
Dayana Ruiz S.