VIDA SIN FIN

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La mayoría de personas contemplamos la vida como un bien propio, como algo que adquirimos y que por derecho nos pertenece. Por tal razón, decidimos sobre ella de la manera que más conviene, resolvemos hacer esto o aquello, le agregamos y le quitamos planes a la orden del día, planificamos para nuestra vida todo un futuro ideal y contemplamos hacer todo cuanto nuestros impulsos deseen. 

Caminamos por el mundo errantes, con o sin rumbo, como exploradores de nuevas tierras, lugares, experiencias, personas. Vivimos un presente con una mochila cargada de pasado y muchos pensamientos acerca de lo que será el futuro. Estas son solo algunas de la multitud de expectativas que se asientan en nuestro proyecto de vida. 

Actualmente, vivimos en una época donde las heridas del pasado en las personas se hacen muy evidentes, y vemos que a través de los años se han levantado una cantidad de movimientos e ideologías en las cuales encontramos varios elementos en común, pero uno de ellos que me llama mucho la atención, es el odio que se promueve al interior de cada uno de estos movimientos. Un odio que expone la cantidad de heridas abiertas en cada una de las personas que hacen parte de esas comunidades y que reflejan su necesidad implacable de hacer justicia conforme a sus necesidades. 

Las heridas que tenemos en nuestro interior, son la huella que dejaron situaciones desafortunadas por las que todos atravesamos en algún momento, sin embargo; unos las llevamos cicatrizadas y otros las llevan aún sangrando. Muchas veces nos sumimos en la tristeza y en el mar de la amargura de esas situaciones que se actualizan a diario en nuestra mente con imágenes y malos recuerdos, y poco a poco nos van envolviendo como en un potente remolino que nos va absorbiendo hasta lo más angosto y profundo de su oscuridad.

El remolino nos va atrapando sin piedad en un declive del que se hace muy difícil escapar. Tomar decisiones radicales desde este lugar, representa un riesgo altísimo al no poder razonar con diligencia y serenidad por causa de la presión y la aflicción que han generado todos esos pensamientos y sentimientos dolorosos que ya han tomado el control de la cordura y la razón. Entonces como “propietarios” de nuestra vida, tomamos decisiones que desembocan en dar fin al sufrimiento que ha agotado las fuerzas y así se decide terminar con la existencia, como quien lleva un desperdicio al bote de basura. 

Sentirse en soledad, sin esperanza y sin lograr llenar los vacíos ni sanar las heridas que como gangrena permitimos que fueran consumiendo el corazón, nos inclina a buscar un falso alivio que precipitadamente se resuelve dando fin de manera desesperada a la vida, como bajando el interruptor que apaga los reflectores y anuncian que la función terminó.

Pero centrémonos ahora en el vértice y devolvamos toda esta escena al principio como quien rebobina una cinta y volvamos al punto de partida. 

Generalmente sentimos que la vida nos pertenece por derecho propio y consientes del inminente desastre en la historia anterior, pensemos entonces en darle un segundo final a esta historia, una alternativa de final feliz. Para eso, debemos empezar por entender que no es cierto que “mi” vida me pertenece, pues sobre todo lo creado, lo visible y lo invisible, existe un creador. Entonces mi vida no me pertenece, le pertenece a Él. Si hay un fabricante, todo cuanto produzca le pertenece a él. 

A partir de allí si fijamos este principio en nuestra vida, podemos liberarnos de la responsabilidad de decidir sobre cuándo darle fin a nuestra existencia, porque evidentemente es un asunto que no nos pertenece. 

Así las cosas y ante las adversidades de la vida, nuestro destino marca entonces un curso diferente, pues aún habiendo caído en un potente remolino, pero teniendo en correcta posición nuestro sentido de pertenencia sobre la vida que nos es prestada, no queda más opción que suplicar ayuda, ¿y por qué no empezar por pedírsela al mismo que nos diseñó y nos creó? al fin y al cabo somos producto de su obra. 

Así mismo, nuestro creador no nos diseñó solos para enfrentar al mundo vulnerables, ¡no! Él nos diseñó y nos creó equipados y resilientes, con soluciones y propósito, con alternativas y futuro, y también estableció una red de personas alrededor del mundo que darán sustento a otras y como un solo cuerpo que se extiende con resistencia hasta alcanzar tu mano para ayudarte a encontrar la salida y convertir un final sórdido y triste en el inicio de una película con final feliz. Siempre hay una salida, siempre hay un camino y siempre habrá esperanza y una puerta de salida al conflicto interno de nuestras vidas.

Que en todo tiempo tus pensamientos vuelen tan alto, que el soplo del espíritu de Dios sobre ti, oxigene tu vida.

Dayana Ruiz S.

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